mi yo sumiso

Castigo para mi yo más sumiso

La verdad es que el castigo a mi yo sumiso me lo busqué y merecí.

No recuerdo muy bien cómo empezó todo, pero lo cierto es que no puedo dejar de pensar en la parte del orgasmo sin excitarme y mojarme. Mi yo más sumiso salió a tope y mi amo me castigó sin piedad.

Confieso que este hombre me ganó cuando me dijo:

-Quiero que bailes para mí

Con esa frase excitó todo mi cuerpo, algo que en los 27 años que tengo, jamás me había pasado.

Lo único que me propuso después de su petición fue ser su amigo y, para comenzar nuestra amistad, me invitó a cenar.

Yo tan solo seguí mis instintos y me dejé llevar por él.

Él era mayor que yo y… dominante, cosa que me fascinaba y atraía por el placer a lo desconocido.

Mario me dominaba con mucha calma llevándome a su terreno sin que yo me diese cuenta, hasta que un día le pregunté:

¿Qué es lo que quieres exactamente de mí?

Ser tu amo y que tu aceptes ser mi pareja pasiva. Me excitas más de lo que imaginas y quiero ser tu maestro para mostrarte el sexo que desconoces.

Yo me encargaré de hacerte feliz.

Así empezó el castigo dulce para mi yo más sumiso.

Nuestro primer encuentro me lleva al castigo para mi yo más sumiso: Felicidad.

Soy un chico al que le cuesta mucho llegar al orgasmo y no cualquier persona me excita, pero Mario era diferente.

Tan solo con mirarme, con su mirada penetrante, me hacía estremecer y sentirme deseoso de su verga.

No podía controlar mi deseo hacia él y, empezando por un beso, terminé disfrutando de su semen.

Me la metia tan fuerte que casi me dolía, pero… me gustaba, y yo solo podía gemir y disfrutarlo.

La tenía tan grande y tan dura que me volvía loco, no quería que ese encuentro acabase ni mucho menos que no se repitiese más.

Me busqué solito mis castigos sumisos

Pocos días después se volvió a repetir la escena, días más tarde me sorprendió en una cafetería y terminamos jugando otra vez…

En otras palabras, poco a poco me fui convirtiendo en su zorrita deseosa de él y del placer que su verga me hacía sentir cada vez que entraba en mi agujerito.

Siempre seguíamos las mismas reglas, el decía y yo asumía, mi recompensa siempre era la misma: el placer y la sensación tan excitante que me proporcionaba.

Mamadas, masturbaciones, penetraciones… ¡No teníamos limites!

El primer día que tuvimos nuestra primera cita como amo y sumiso nunca lo olvidaré, me preparó una cena en su apartamento y… me dejé llevar.

Después de la cena nos fuimos a su dormitorio y comenzó a desabrocharme el pantalón para sorprenderme mamándome el rabo.

Lo tengo que reconocer, me provocaba tal excitación que me corría infinidad de veces, cosa que me viciaba más a la relación, ya que a mí siempre me costaba llegar al clímax.

Continuamente sentía que me iba a correr de lo caliente que me ponía, recorría a lametazos mi rabo, mis huevos, mi culo, era todo suyo.

Me daba lengüetazos en mi agujerito y me metía la lengua hasta dentro mientras sentía riquísimos e increíbles orgasmos anales.

En una ocasión pasó más de media hora trabajándome, mientras yo me retorcía de placer y levantaba más mi culo para que su lengua entrase lo más profundo posible.

Otra veces cogía mis piernas y las ponía sobre sus hombros para poder embestirme con más fuerzas.

En esa posición también solía penetrarme poquito a poco, con la intención de que fuese yo quien le pidiese más y más.

Me encantaba notar sus 18 o 19 centímetros entrando en mi culo muy despacito hasta que me la metía entera.

¡Qué placer! ¡Soy tu zorrita sumisa y me encanta que me castigues!

Un día me castigó y mi lado sumiso estuvo feliz

Un día no cumplí una de sus peticiones y me castigó, jamás había tenido un castigo tan placentero y excitante.

Al principio no me dí cuenta que estaba siendo castigado, ya que siempre estaba en actitud dominante.

Estábamos en su dormitorio, me estaba follando la boca, luego le cabalgue, se montó en mi verga, yo en la suya y… terminamos en el baño.

En esa ocasión yo estaba contra la pared y él tenía todo su rabo en lo más profundo de mi culo, no entraba ni salía, solo empujaba y empujaba.

Empujaba tanto que llegó a dolerme, pero no quería que parase, sentía mi corrida resbalar por mis piernas mientras gritaba y gemía de placer.

Después de un rato así, no se cuánto porque yo con Mario perdía la noción del tiempo, le pedí que parase, que me estaba doliendo.

El error más sabroso que cometí

Gran y sabroso error, eso a él le provocó más placer y mi castigo comenzó.

Me dió una palmada en mi culo más fuerte de lo normal y me dijo:

Sigue.

Yo no me opuse y… obedecí, ya estaba bastante cansado, así que mi ritmo disminuyó, cosa que a Mario no le gustó en absoluto.

Yo me sentí como su zorrita. Él comenzó a penetrarme cada vez más rápido, no duró mucho, aquello le excitaba bastante, pero de momento, paró para recordarme que siguiese.

A cuatro patas que me puso y metió aún más duro su verga en mi ano, me sentía tan sucio que llegaba al punto de la excitación y el vicio de querer más, estaba empapado, chorreando placer.

Iba metiendo su miembro mientras me susurraba que no me había preguntado, sino que me había ordenado que siguiese.

Sus nalgadas y penetraciones cada vez eran más intensas, estaba muy excitado, se lo podía notar en su respiración agitada, entre otras cosas.

Mi yo sumiso se alegró de cometer el error y ser castigado

Le gustaba susurrarme guarradas al oído, me decía que yo era su perra sucia, su putita ansiosa de su rabo y me apretaba más duro mientras yo deseaba que ese momento no acabase nunca.

Podía sentir como venía su semen, podía sentir que estaba a punto de correrse en mi culo, hasta que inundó mi agujerito con su lefa después de haberme corrido yo.

Ese castigo, fue uno de los castigos más morbosos y ricos que me regaló su verga.

El castigo para mi yo sumiso se desvanece

Unos meses después, a causa del trabajo, tuvo que mudarse de ciudad y no podíamos vernos tanto como queríamos.

Cuando venía a la ciudad me llamaba y la gran mayoría de las veces acudía a su llamada, otras veces, como no estaba planeado, yo tenía otras cosas que hacer.

Pero en realidad, pasamos mucho tiempo sin tener contacto físico, tanto hasta que tuve encuentros con otros hombres.

Por mucho que intentaba llenar su vacío durante bastantes meses con otros hombres, no lo conseguía, nadie me dominaba como Mario y ya a mi me gustaba ser su sumiso.

Deseaba ser penetrado de nuevo por mi amo y… le mande un sms que decía: Ven y bailaré para ti.

Creo que él también me echaba de menos porque me contestó de inmediato citándome en su apartamento una semana más tarde.

Un castigo para mi yo más sumiso finalmente dulce

Cuando llegué me abrazó y me besó como si fuese su pareja, como si el tiempo no hubiese pasado entre nosotros.

Me besaba con muchísima pasión, me llevó a su dormitorio: ese dormitorio que tantas noches había soñado.

Me desnudo poco a poco mientras con su lengua recorría todo mi cuerpo, me lamía los pezones, mi rabo… ¡Todo yo volvía a ser suyo!

Sacó su enorme rabo y me lo metió en la boca, lo saboreé, lo chupé y empezó a sacarla y meterla en mi boca hasta donde cabía.

Me colocó boca abajo y empezó a darme lengüetazos en mi agujerito y meterme su lengua, el placer que me provocaba me hacía retorcerme de gusto y quise salirme.

Mario me agarró tan fuerte que yo me rendía ante él, me daba pequeños mordisquitos y poco a poco comenzó a meterme sus dedos.

Movía esos dedos de forma tan magistral que solo con ellos consiguió que me corriese, mientras me dijo:

Ya estás listo para que te la meta bien duro.

Cogió el bote de lubricante que siempre nos acompañaba en nuestros juegos, me lo aplicó con un rico masaje por todo mi cuerpo y se montó sobre mi verga.

Mis caderas se movían a su ritmo buscando sentir su rabo en lo más profundo de mí, mientras me mordía los labios con cada una de sus nalgadas. El castigo para mi yo más sumiso estaba en pleno apogeo.

Todavía sin corrernos, puso mis piernas sobre sus hombros, doblando mis rodillas en mi pecho y la empezó a meter en mi culo con mucha suavidad y de forma progresiva.

Había soñado y deseado esas penetraciones muchas noches y hoy las estaba disfrutando de nuevo, era una sensación muy placentera acompañada de sus besos.

Baila para mí: mi yo sumiso castigado y complacido

Baila putita, eso me dijiste- Fueron las palabras que me dijo parando en seco y sacándola con cuidado

Me sorprendí porque ya no recordaba el mensaje que causó esta cita y, sobre todo, porque no quería que me la sacara, quería que me siguiese empotrando.

Se sentó sobre el borde de la cama mostrándome su gran rabo y me dijo:

Baila sobre ella.

Asentí y me senté sobre su rabo mientras él, sin realizar ningún tipo de movimiento, solo gemía y me miraba.

Mi baile le sacó todo su semen y quedó tan fascinado que cambió de trabajo y, mi amo, lo dejó todo por permanecer al lado de su sumiso y acompañarle en toda su vida sexual.

El castigo para mi yo más sumiso tuvo premio: Poder permanecer al lado de mi amo por mucho tiempo, semen y placer.

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